Como te quise y pude quererte,
como podría quererte...
como quisiera quererte
sin caer en la absurda negación de que ya lo hago
y sin remedio no lo puedo evitar,
porque si quererte fue una enfermedad
te juro que han sido los delirios más maravillosos que podría haber presenciado.
Tus ojos acercándose.
Tu aliento junto a mi cuello.
Tus labios llamándome, a veces de sorpresa y a veces con timidez.
Tus manos en mi espalda. En mi cintura.
Sé que me falta mucho...
que es un largo camino,
que quizás me cuesta, pero lo intento...
Yo dije que te esperaría y aquí estoy,
fiel a mi promesa esa noche caminando de la mano.
¿Por qué habría de querer salir corriendo,
cuando no hay lugar más cómodo que estar entre tus brazos...?
Que digan lo que quieran,
que historias cargamos todos tras la espalda...
errores,
tristezas,
alegrías,
frustraciones,
rabia...
¿Por qué habría yo de pensarme no capaz de soportar tu verdad,
cuando llevo la propia en mi mochila...?
Por qué habría yo de negar lo que siento,
si la luna ha sido testigo de cada suspiro;
que no me llamen ilusa, pues no me enamoré de superficialidades,
admiré tu orgullo y tu valía,
tu perseverancia y disciplina,
tu fortaleza...
Sin embargo no fue nada de eso lo que me hizo sonrojar,
fue esa sonrisa tímida que sueles esbozar,
no esa exagerada cuando todos ven,
esa disimulada, que apenas demuestra una torcedura al final,
tras haber apretado los labios y mirar con nerviosismo.
Fueron esos ojos,
que a veces esquivos,
parecían querer ser escuchados,
escondidos tras un ceño fruncido.
Fue ese chico amoroso,
ese que suspira de alegría,
ese que hace una mueca al partir,
y que alegre estiraba los brazos hacia mi.
No fue el que hiciste de ti para que todos conocieran,
ni la fortaleza que hiciste a su alrededor;
fue ese ser más escondido atrás,
ese que aún deseo conocer.
Eso que da la certeza de que te volvería a escoger,
sin importar qué.
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