Ciclos, ciclos... se abren, se cierran, se repiten... en alguno volverás a estar y nos encontraremos.

lunes, 19 de noviembre de 2012

El pianista.


Le observaba con nostalgia y desespero, sus dedos largos acariciaban lenta, pero exhaustivamente cada rincón de ella . Era una sencilla imagen, un tanto dañada por los años, que retrataba el momento exacto en el que su vida se había atado al instrumento para siempre. Juró en ese momento -para sí mismo, pues nadie había cerca para que le escuchase- ser el mejor pianista de la época.

Los tiempos estaban difíciles, las calles grises y sin vida denotaban lo demacrada que la ciudad estaba y sentía cómo el frío le calaba directamente a los huesos más expuestos.

El instrumento estaba abandonado en un lugar poco transitado, con daños en demasía, y aún así, se acercó para probar de aquella magnífica obra de hombre olvidada en aquel rincón.






Maldecía con cada fibra de su ser tener que estar escondido, y ciertamente se preguntaba como podría llevar a cabo aquél juramento sin ser descubierto en el proceso.

Fugazmente pensó que quizás era demasiado arriesgado, que lo mejor sería huír. Los hombres uniformados pasaban a paso firme por las calles cada cierto tiempo, lo sabía, todos lo sabían, los tacos de los botines resonaban haciendo eco por las calles. ¿Qué pobre excusa podía tener un joven judío de transitar por aquellos lugares? De nada valía apelar a que la casa le pertenecía a sus abuelos, pues bien sabía la suerte que habían corrido defendiendo el hogar el año anterior. Si no había respeto para aquellas personas de edad, no podía esperar más con sus 26 años.

Suspiró. Su boca se torció en una mueca al volver a mirar al piano con intenciones de despedirse, y más por el irse por el deplorable estado en que se encontraba su compañero... sin embargo al voltearse chocó de frente con la mirada de su madre.

Volvió a acercarse a aquél cuadro como si no lo hubiera estado admirando lo suficiente con anterioridad, acabando por remover lo que quedaba de polvo sobre éste con la yema de sus dedos.

El temor lo había empujado hacían años del sueño que su madre había apoyado, esforzándose en conseguir su compañero de vida, de melodías, de penas, de desamores adolescentes.
- Madre...

Su garganta se apretó haciéndole tragar en seco. No podía irse. No podía romper otro juramento a su amigo. El único verdadero. El único cómplice de secretos en partituras.

Arrastrando los pies se sentó frente al instrumento y levantó la tapa de las teclas, haciendo un grave esfuerzo por no llorar... varias de las teclas estaban muy maltratadas. Respiró hondo. Aún sabiéndolo, presumiéndolo por el tiempo, presionó un par de teclas... "Mi... Re#... Mi..." ...el sonido estruendoso lo sacudió, estaba desafinado.

"¿Qué fue eso?" Un acento inconfundible sonó a sus espaldas, tras una pared y luego una ventana, seguido de un par de pasos. "¿Te ha sonado a un piano?", "Creo que en esa casa había uno... ¿Has visto a alguien entrar?" Preguntó la primera voz, moviendo la perilla de la puerta, haciéndole estremecer, ¿Ese sería su fin? ¿Ni siquiera un compás de "Para elisa"?. "No. No ha entrado nadie, he estado aquí todo el día, ha de haber sido un gato.", "Vale." 

Los pasos se alejaron de la puerta, y con ello volvió la respiración del joven.
- Te extraño tanto... -Suspiró a la madera dañada.- 

Se quedó pensativo unos minutos, quizás fuera una hora, quizás toda la tarde o sólo unos segundos... la noción del tiempo la había perdido desde hacía mucho. Si ya no le quedaba nadie por quién vivir... ¿Realmente era tan malo arriesgar sus últimos minutos de vida junto a su compañero? Estaba deteriorado, era cierto, pero si habrían de morir debía ser juntos... No rompía el juramento del todo... podía ser el mejor pianista de aquellos tiempos, de los tiempos de él y su instrumento.

El sonido no era el mismo, pero en su mente, en su corazón, en el movimiento de sus dedos el sentía la melodía que correspondía... sólo necesitaba sentir el peso de las teclas, los pedales bajo sus pies, cerrar los ojos, volar... Era la última canción que había inventado para su madre, antes de morir... sólo la había tarareado y escrito en sus partituras mentales, y ahora la imaginaba en aquellas teclas... cuyo horrible sonido verdadero, desafinado, melancólico y con ganas de sonar en tonalidades menores no tardaron en volver a llamar la atención de los hombres de botines por las calles.

La puerta se abrió de golpe. Su espalda se tensó, pero siguió tocando. "¡Detenga ese ruido infernal e identifíquese!" Cerró sus ojos con más fuerza y continuó el movimiento... había ido de un pianissimo a un allegro, no podía detenerse ahora, era la parte favorita de mamá. "¡He dicho que se detenga!" Un silencio de apenas dos tiempos engañó a los soldados, para continuar volviendo a las tonalidades menores en piano... "Mira, tiene la estrella de David en el brazo. Es judío." Dijo el hombre. Sus manos se volvieron a tensar, le estaba costando articularlas, pero era el final, era el gran final, no podían detenerle. "¡DETENTE O MUERE!" Gritó cabreado el primero... pero ya no quedaba nada, solo quedaban 5 compases... 4.. 3... 2... 

Aquella bala alojada en su espalda era la nota final, tal como había sido para su madre la primera vez que se la tarareó.

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